Elizabeth era la hija del sacerdote de la ciudad.
Sufría de tuberculosis. Por lo que su padre no la dejaba salir a la ciudad.
Ella sabia que no le quedaba mucho tiempo.
En la parte de atrás de la iglesia hay un cementerio.
Ese era el pasatiempo de Elizabeth: cuidar de las tumbas.
En especial de una.
De todas las tumbas, había una que nadie visitaba.
Era de un soldado que había muerto en la guerra civil.
Nadie lo había reconocido.
Los cuidadores de tumbas decían que frente a ella,
cuando anochecía, se podía ver la silueta o la sombra de un joven.
Elizabeth cuidaba de esa tumba.
Rezaba por él en la mañana, le llevaba flores, hablaba con él...
Las personas decían que se enamoró del fantasma del soldado.
Y así un día Elizabeth murió.
Aún ahora, se dice que el fantasma del joven aparece en las fotografías
que se toman cerca de esa tumba. Tal vez, quiere que alguien sepa quien es.
Y frente a la tumba, todas las tardes, aparecen flores.
Y por la mañana se oye el susurro de una voz femenina.
viernes, 17 de septiembre de 2010
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